Domingo por la noche. Entre el estruendo de trompetas y cláxones de nuestros adorables vecinos, uno intenta mantener la cabeza fría. Séptimos, puesto ignominioso e insuficiente, fuera de UEFA por diferencia de goles (y van tres veces en poco tiempo). Uno cierra a cal y canto su casa para intentar dormir, pero el insomnio viene de dentro, porque a lo que se le da vueltas es a la temporada que nos han regalado entre unos y otros y al díita que llevamos, podía haberme ido a ver a José Tomás, o a Devo, qué coño. Encima, uno piensa mirando fijamente a la carta con membrete del club que reposa sobre una mesa desde hace unos días: en ella, la clave para la renovación del abono. Nunca había tenido uno dudas sobre si renovar o no, pero para todo hay una primera vez. Desde este momento se desencadenan en la mente atlética una serie de fases tipificables y reconocibles
La primera fase por la que pasa uno tras los acontecimientos del domingo es la de quitarse de en medio (metafóricamente, oiga). Ya está bien de disgustos y fracasos y decepciones y partidos horribles. Ya está bien de lamentarse y protestar y predicar en el desierto. Ya está bien de timos y de fichajes fracasados y de temporadas mal planificadas y de ridículos públicos y de asientos sucios y de partidos soporíferos. No necesito todo esto, podría estar bien sin ello, no me da ninguna satisfacción. Antes todo esto era divertido y bonito y esperábamos el partido del domingo con impaciencia y dejábamos de lado cualquier otro plan porque nada, nada podía hacer sombra a ver al Atleti en el Calderón. Ahora sólo nos quejamos y protestamos y nos abochornamos y nos amargamos y a lo mejor por eso esto ha dejado de tener sentido. Así que este año paso, no renuevo, me quito de en medio, los primeros meses lo llevaré mal pero me apuntaré a un curso de escalada o sacaré entradas para el cine con anticipación o correré ultramaratones y entrenaré en día y hora de partido, y si acaso escucharé la radio. Conmigo que no cuenten ya, fue bonito mientras duró pero uno tiene otras cosas en las que volcar su cariño y cuando se me terminó por romper ese vaquero que me gustaba tanto me llevé un disgusto pero me hice a la idea y ahora, fíjate, ni me acuerdo. Decidido, se acabó, adiós muy buenas: he abrazado el nihilismo colchonero y de aquí no me muevo, menudo soy yo, ¡já!
Tranquilo tras tomar la decisión uno ve las cosas de otro color. Qué bien, el año que viene me ahorro la pasta y las vueltas para aparcar y los chaparrones y el sol ese que te pega en la frente hasta el segundo tiempo cuando los partidos son a las 5, que ya ni lo son. Me ahorro horas de aburrimiento y cabreos dominicales y angustias hepáticas y sinsabores existenciales. Claro que también me pierdo las cañas de antes y el ver a los amigos y el hablar de fútbol en la acera, rodeado de gente vestida de indio, algunos tipos respetables que se permiten la licencia de ponerse un copete de plumas que nunca se atreverían a llevar a su oficina, pero para eso están en el Calderón. Puede que me pierda también algún rugido de la grada, alguna galopada de Torres, algún gol de esos que le hacen a uno dar un salto y abrazarse a ese señor con plumas que hoy se ha sentado al lado, o a ese tipo con aspecto patibulario y cicatrices con el que no te sentirías cómodo compartiendo ascensor pero sí compartiendo grada, que es del Atleti y eso está por encima de todo. Me perderé la cita quincenal con esa gente a la que quiero y que sé que si no es por el fútbol habré dejado de ver casi con seguridad, porque ir al fútbol es también apretar lazos que se sueltan si no hay fútbol. A estas alturas el nihilismo da paso a un relativismo mechado a veces de Ysismo: ¿Y si el año que viene, justo cuando no renuevo, vuelven a jugar como antes? ¿Y si me pierdo un temporadón? ¿Y si de sopetón vuelven a recuperar el espíritu de siempre? ¿y si hay una catarsis total y las cosas vuelven a su justo cauce? ¿Y si me pierdo todo esto? El convencido nihilista ya no lo es tanto, duda, piensa, titubea y se plantea por qué lo hace.
En esta reflexión llega el aficionado atlético al fondo de sus convicciones: y es que nos damos cuenta de que en el fondo, muy en el fondo, llevamos esto mucho más dentro de lo que pensamos. Es difícil despegarse de todo lo que el Atleti es y representa, y no sólo por nosotros, también por “Él”, ese ser perenne, ectoplasmático y omnipresente llamado Atleti, o hasta Aleti, si me apuran. El seguidor atlético se siente mal dejando de lado al equipo en los malos momentos, al Club, a la gente, a la historia, a lo que sus abuelos, padres y amigos le enseñaron. Es mucho más fácil apostatar de las aficiones que la familia te ha querido inculcar cuando no satisfacen realmente tus deseos o tus gustos, aunque te arrepientas luego de haber dejado las clases de piano, o la lectura de los clásicos, o de no haber acompañado a tu abuelo cuando te llevaba a pescar. Con el Atleti esto no pasa: no es un hobby, no es una afición que cultivar o mejorar, es una especie de corriente en la que una vez que caes sencillamente no puedes hacer otra cosa que seguir, contra la que es difícil pelearse. El aficionado llega a pensar que, en el fondo, muy en el fondo, él mismo busca un motivo, por nimio que sea, que le impida tomar la decisión que lo existencialista del momento sugiere. El nihilista, luego relativista, es ahora un sentimentalón sin remedio, qué cosas pasan.
El aficionado concluye pues que es complicado desengancharse del Atleti, y se da cuenta que esto lo saben por desgracia en el Club: la directiva juega por tanto con lo que el aficionado de verdad siente, chantajean sus sentimientos y prostituyen lo que para él representa. Como lo lleva tan dentro lo usan en su propio beneficio, a sabiendas de que somos un colectivo cautivo y entregado. Ahondan en el lado sentimental con mensajes publicitarios lacrimógenos que hablan de fe, de preguntas sin respuesta, de reacciones incomprensibles. Hablan también de futuros tiempos mejores, de fichajes de relumbrón, de volver a donde debemos estar. Mientras tanto, hacen y deshacen, compran y venden, ganan dinero a costa de la paciencia y aguante de una afición que sigue y sigue defendiendo lo indefendible, que no consigue quedarse en su fase nihilista y que siempre vuelve al redil, orejigacha, consciente de que lo que le ocurre es demasiado fuerte como para gestionarlo con la frialdad de un ejecutivo sin sentimientos.
Llegado a este punto, sea por propio desarrollo personal o empujado por la máquina propagandística del Club, el camino del aficionado atlético toma un nuevo derrotero: ya no es nausea nihilista, ni relativismo ysístico, ni sentimentalismo facilón: es curiosidad científica. El seguidor colchonero, ya consciente de que de esta condena no se libra ni se quiere librar, salta de fase. Ahora ata cabos, ve lo que era y lo que es su equipo, desgrana los acontecimientos que le han llevado al sitio donde está, aísla explicaciones como el investigador que identifica virus y bacterias infecciosas en un laboratorio. Piensa, reflexiona, escucha a unos y a otros, empieza a dudar de los discursos triunfalistas que invaden la prensa cada vez que el equipo pega un patinazo histórico. Lee entre líneas, empieza a sacar conclusiones, a veces por deducción propia, a veces porque un correligionario le da su versión de los hechos. Analiza lo que ve, abre los ojos y respira hondo. Una nueva fase empieza.
En algunos esta fase se cristaliza en cabreo monumental, en otros en ira contenida, en todos en indignación supina. Pero… ¿qué han hecho con este equipo? ¿a dónde lo han llevado? ¿quién es el responsable de esta situación vergonzosa? ¿por qué han traicionado lo nuestro? ¿por qué tengo que renunciar yo a lo mío, a lo que entre tantos se construyó, lo que tan orgullosos nos hizo? ¿por qué tengo que renunciar yo, partícipe del proyecto, y no ellos, los que se han ocupado de echarlo a perder? ¿quién me ha convertido en un Cirineo que asiste a un enfermo terminal en su camino hacia el abismo, cuando siempre fui el orgulloso miembro de un colectivo glorioso? ¿por qué tengo que renunciar yo a lo que es mío? ¿por qué yo y no ellos?
Esta fase, que algunos reputados científicos llaman Fase de Iracundia Colchonera, comienza con una cierta desorientación: ¿qué hago ahora? Algunos, encomiables, vencen su sentimentalismo y deciden no renovar su abono a la vez que reafirman su militancia colchonera: pierdo el número de socio, pierdo los domingos en el campo, pierdo lo que haga falta, pero no voy a contribuir con mi dinero a esta decadencia. Otros optan por engrandecer el ruido desde dentro, desde la grada, intentando agitar a la masa a protestar ante la ignominia. Pero todos, unos y otros, buscan a alguien con quien compartir su estado de ánimo.
Los iracundos buscan entonces atléticos de opinión afín, intentan contactar con otros colchoneros que hayan llegado a la fase Iracunda para así comprobar si están solos o hay alguien más que esté pasando por la fase en la que se encuentra ahora. Preguntan a sus compañeros de grada y discuten, ponen en común sus reflexiones y pesquisas, se preguntan por el futuro. Hablan con otros, buscan la luz, a alguien que aclare el momento por el que pasan. Se juntan los colchoneros y hablan de problemas profundísimos, de soluciones complicadísimas, de utopías maravillosas. Unos proponen que cada socio junte un millón de pesetas (no de las antiguas pesetas, de pesetas de las de toda la vida) para así juntar cuarenta y cinco mil millones con los que facilitar el desalojo del palco. Otros proponen hablar con inversores extranjeros y españoles, con grandes corporaciones, con bancos internacionales que quieran hacerse con el control del Club. Algunos quieren un club de socios, otros quieren un inversor que entregue la gestión a atléticos de corazón con la preparación suficiente. Varios se preguntan por qué no quieren vender el club los que dicen que pierden dinero año tras año, otros contestan que aquí hay gato encerrado, más bien estadio recalificado.
Tras hablar y hablar los aficionados iracundos ya no lo son tanto: los ojos brillan como antes porque hablan del Atleti. Salen entonces los nombres de Futre y de Alemao y de Dirceu y de Torres y de Leivinha. Se habla de la remontada contra el Barça, del bigote de Arteche, del gol de Vieri. Ahí están de nuevo los temas de siempre, la ilusión de siempre, la afición de siempre, el Atleti de siempre. Conscientes de que el Atleti de hoy no es sino la suma de los atléticos, concluyen que no se puede renunciar a esto, comentan lo importante que es para todos algo tan poco importante a ojos del que no entiende nada. Así que acuerdan entre ellos intentar hacer lo que se pueda para evitar el destino del club, aunque sea una tarea hercúlea y con pocos visos de éxito: da igual, para eso y por eso somos del Atleti, si fuera fácil ya lo habrían hecho otros. Al menos nos juntaremos y diremos lo que pensamos a quien quiera y tenga que oírlo, guste o no.
El día 26 de Junio de 2007 a las ocho de la tarde en la plaza de Neptuno estarán muchos de los Iracundos. Y serán más del Atleti que nunca, oiga.