Don Alfredo (Por Alfredo Duro)
¿os suena?
Por Alfredo Duro
En cierta ocasión, poco antes de saltar al campo para jugar un trascendental partido, los jugadores del Real Madrid se miraron a la cara como pocas veces lo habían hecho. No era un partido cualquiera, y la tensión se adueñaba del ambiente del vestuario para recordarles que, de lo que ocurriera poco después, iba a depender buena parte del futuro del club, y de ellos mismos. Eran miradas penetrantes y profundas, en las que, cada uno, intentaba convencer a lo otros de la importancia del momento. Miradas en las que se mezclaba el socorro y el auxilio, la fé y las dudas, el poder y la inocencia. De pronto, sonó una voz de esperanza que parecía haber encontrado el alivio a tanta responsabilidad:
“Esperad chicos, vamos a rezar juntos un padrenuestro y a pedir que Dios nos ayude”.
Fue entonces cuando, sin dar tiempo a que los jugadores reaccionaran se oyó otra voz, autoritaria y segura, que dejó claro lo que había que hacer en ese momento. Una voz con un acento muy particular, única e inconfundible, la voz de Alfredo Di Stéfano:
“Che pibe, está bien eso de pedirle ayuda al de arriba pero mirá una cosa. Estos de al lado que juegan contra nosotros están en la misma, se ponen a rezar y le piden ganar el partido. Entonces que vá a hacer el de arriba. Si nosotros rezamos y ellos también, seguro que vá a decir que lo justo es el empate pero ¿sabés una cosa?, nosotros somos el Madrid, y al Madrid no le vale nunca el empate. Así que, dejáte de rezar y andáte al campo a demostrar que el Madrid gana sin ayudas de nadie”.
Las crónicas y los que vieron el partido dicen que, aquel día, Di Stéfano y el Madrid estuvieron especialmente inspirados. Ganaron y dejaron para la historia un momento inolvidable. Así era aquel Madrid, y así era Di Stéfano. Don Alfredo.
De las innumerables anécdotas, muchas de ellas con categoría de leyenda, que adornan la historia de Alfredo Di Stéfano, creo que es ésta la que más y mejor resume la excepcional voluntad de ganar que marcó su trayectoria en el Real Madrid. Su manera de entender el fútbol, educada en los potreros de Buenos Aires y en la picaresca social porteña, tuvo la paternidad de lo que, años más tarde, se dio a conocer en el mundo entero como el “futbolista total”. Gracias a ello ganó un montón de cosas con el Real Madrid pero, sobre todo, convirtió al club en un equipo ganador. Se trataba de ganar pero, al mismo tiempo, demostrar que la victoria era consecuencia del amor al juego y todo lo que eso representaba. Por eso el espíritu de aquel Madrid permaneció durante generaciones y le convirtió en ejemplo del fútbol mundial.
Apenas tuve la oportunidad de poder ver jugar a Di Stéfano, cosa que ayudó bastante a que las historias y los testimonios que sobre él contaban nuestros mayores se convirtieran para mí en la más firme e indestructible prueba del futbolístico dogma de fé que para mi generación simbolizaba el nombre y la figura de “La Saeta Rubia”. Por entonces, el selecto grupo de las grandes personalidades que pululaban por el mundo comprendía, aparte del que ya se imaginan, al hombre que pisó la luna, un tal Armstrong según decían, El Lute, el Papa Pablo VI, El Fugitivo de la Tele, Sofía Loren, el gol de Zarra, Santiago Bernabeú y, por supuesto, Alfredo Di Stéfano. Gente que estaba entre nosotros pero a las que parecía inalcanzable poder tocar con los dedos.
Cuando Alfredo Di Stéfano llegó al Real Madrid, el club se retorcía desesperadamente para dejar de vivir a la sombra de los grandes dominadoras de la época. Barcelona y Atlético de Madrid se repartían las ligas, con apariciones fugaces de equipos que asomaban brevemente para discutir su hegemonía. Todos menos el Madrid, incapaz de encontrar los jugadores que dieran sentido al gran estadio levantado años antes por Santiago Bernabeú. Fue entonces cuando empezó todo. Cuando nuestro padres y abuelos fueron testigos de la más extraordinaria aparición que nunca antes había tenido lugar en el fútbol. Cuando sus ojos se inundaron de imágenes imborrables en las que aquel argentino con el número nueve se hacía dueño del campo y del balón. Cuando la leyenda se vistió de blanco y, de la mano de Di Stéfano, elevó al Madrid a la categoría de mito. El Madrid de las Copas de Europa. El Madrid de Di Stéfano. Un Madrid eterno que ya nunca morirá. Que siempre estará vivo. Como Don Alfredo.
Alfredo Duro ¿os suena?
Escrito por Matallanas | 4:15 p. m. | Enlace permanente