Grande, muy grande. Impresionante. Poderoso. Andrés Calamaro volvió a Madrid después de más de cinco años sin actuar en la capital, ni en España. Después de haber sido artista invitado de todos los grupos que tuvieran un directo, Calamaro caminó por el lado oscuro, flirteó con el más allá, se 'puso' hasta las cejas, y no se quedó. Se encerró en su 'departamento' de Buenos Aires, le dio una hemorroagia compositora en un 'delirium' creativo que ni los de la discográfica le podían parar, vendió muchos discos, pero sus cadenas al 'nihilismo', su coqueteo con los malditos del rock, que le invitaban a 'diñarla', a ser un mito por su temprana desaparición, no pudieron con él. Menos mal que no se quedó en el camino porque sino anoche no hubiesemos podido disfrutar de su energía, de su rock tamizado por la rumba, por el tango, por su teclado popero, por sus rizos a lo 'afro', por su fuerza, por sus composiciones redondas, su voz, que va del desgarro a la melodía, de la cazalla a al terciopelo.
Lo del Palacio de los deportes de Madrid fue una experiencia, un privilegio. El coliseo deportivo resurgido de sus cenizas contempló la máxima expresión de comunicación posible, a mi juicio, que es un concierto. El emisor, el receptor, el mensaje, el canal... Calamaro se transmutó en la comunicación. No sé cuantos estuvieron, no cabía uno más, doce mil, catorce mil, pero todos disfrutaron al máximo, se entregaron al arte de un teclista universal, a las composiciones de un genio que intentó emular a Dylan y le superó, a un porcentaje sustancial de 'Los Rodríguez', inolvidables y recordados anoche (la última fue 'Sin Documentos'). Andrés estuvo sublime. Por hacerle algún reproche le faltó, a mi me faltó, 'Engánchate conmigo'. Pero en todos los repertorios, más si eres un creador formidable, siempre hay ausencias.
Con vaivenes, desmayos, excesos, colaboraciones, monólogos, pero con la rumba tanguera de fondo, Andrés Calamaro me evocó anoche a él mismo, a ese teclista que descubrí en 1991. En un concierto del Parque Tierno Galván que me tocó currar, cuando me ganaba tres talegos por concierto haciendo de seguridad. No me apetecía nada currar aquella noche de principios de septiembre. Pero si decía que no, me perdía trabajar en Las Ventas. Había que ir. "¿Quién serán estos? ¿'Los Rodríguez'?" Que feo sonaba en el verano en el que habían triunfado 'Los Manolos'. Allí me presenté a currar. Cuando salieron 'Los Rodríguez' los acordes de 'Enganchate conmigo' me cautivaron. Miraba hacia atrás y me sonaba uno de ojos claros. "Ese es de Tequila" (Ariel Roth). Y otro con un aire a Keith Richard pero más apuesto y menos castigado (Julián Infante, In Memoriam). Sonaba bien. Muy bien. Y un argentino, compañero mío en Empresariales por entonces, presente entre el centenar generoso de espectadores, se me acercó y me contó algo del 'teclados': "Ese es Calamaro... Abuelos de la nada y..." No hizo falta más. El 'Buena Suerte', primer trabajo de 'Los Rodríguez' salía a la calle cuatro días después. Me lo compré y sigo flipando con 'Enganche conmigo', que fue la que repitieron en el último 'bis' de aquel memorable concierto del 91. Ayer ni la tocó, pero fue el valls de mi boda, antes de la banda sonora de Rosendo (ya os lo contaré a los que no lo sepáis, que seréis pocos porque soy un 'brasas').
Ya en Marca, por el 97, hice un reportaje a Calamaro con Redondo, ayer también presente en el concierto. Fernando nos hizo esperar cerca de dos horas. Fue en el precisoso y modernista edicio de la Sociedad General de Autores. Calamaro no dejaba de hablar ni dejaba hablar. Le escuchaba y le escuchaba. Decía cosas interesantes, como sus canciones. Pero logré imponerme a su monólogo para recordárle el concierto del 91 del 'Parque Tierno Galván'. Y se acordó...