FRIMA INVITADA. José Manuel García (III), sobre la gesta de su Sevilla
Ese Sevilla FC que una noche viví, padre
Por José Manuel García
El jueves por la noche me acordé de ti, padre. Con el viernes consumiendo los primeros minutos y yo engullendo mis nervios a base de apretar los dientes y los puños, el Sevilla estaba demoliendo a un gigante alemán y lo hacía, padre, como siempre lo ha hecho el Sevilla, con el corazón y el alma por delante y gotas del arte que sale de las raíces de esta vieja Híspalis, bañada de Guadalquivir y lunas llenas.
Esta noche que abrazó la madrugada del viernes de abril de 2006, cuando El Arrebato nos cantaba de nuestro Sevilla por segunda vez y los fuegos artificiales llevaban el nombre del Sevilla Fútbol Club hacia los cielos que tu habitas, me hice niño y me agarré otra vez de tu mano grande y tierna, la mano que me llevó tantos domingos al Ramón Sánchez-Pizjuán, a ver a Campanal, que para mí era Supermán pero vestido de blanco, a Diéguez, a Achucarro, Agüero y Pereda, ídolos que ponían sobre la hierba el mismo corazón y talento que ayer lo hicieron Maresca, Aitor, Dani Alves, el Pibito, el niño Navas o ese otro niño llamado Puerta, cuyo zapatazo desconectó los cables del Schalke.
Aquellos días tu mano me apretaba cuando los nuestros hacían el gol del triunfo y me acariciaba el flequillo cuando, lleno de desconsuelo, sentía el acero frustrante de una derrota. Y cuantas derrotas nos tragamos, papá. Sobre todo cuando el madridista Amancio fruncía el entrecejo, o el valencianista Waldo apuntaba su cañón hacia nuestro atribulado Mut. A mí me dejaba boquiabierto Pirri, un tipo con unas espaldas descomunales (un hombro miraba a Coria, el otro a Dos Hermanas), el primer madelmán que vi en mi vida. También les metimos las cabras en el corral a esos fenómenos de Madrid, Barcelona o Bilbao. Todavía siento tus besos entusiasmados humedeciendo mis mofletes cuando Cabral o Pintado clavaban el balón sobre Betancort o Iribar.
Aquellos días me invadieron anoche, padre, con las carreras de Martí, los escorzos de Dani Alves o la electricidad de David, ese hombrecito que allí abajo mide lo menos dos-metros-diez, capaz de poner firmes a todo un pelotón de rubios y morenos. Te vi gritando gol y luego pidiendo la hora al árbitro italiano, que dejó que el partido se fuese a los 122 minutos sin respetar a mi corazón, arrugado como una pasa el pobrecito. Cuando el partido terminó y la noche se hizo día, Nervión explotó como el Vesubio, la gente enloqueció y yo me abracé a Clara, la nieta que no conociste, que lleva el alma y la sangre de tus colores y los míos. Clara verá un Sevilla campeón, aquel Sevilla edificado por gente como tú, papá, ese equipo vivo como nunca, que apunta a gigante. Nuestro Sevilla le hace guiños a la Giralda y una tarde de mayo plantará tulipanes y geranios en Eindhoven, Holanda.
Escrito por Matallanas | 9:15 p. m. | Enlace permanente