Entrevista a Santiago Bernabéu. (27-6-54, César González Ruano, 'Las palabras quedan')
SANTIAGO BERNABÉU (27-6-54):
"Al jugador se le mide sólo por el dinero"
"En el fútbol, el público se cansa de sus grandes figuras antes que éstas empiecen a fallar"
27 de junio de 1954
CONVERSACION CON SANTIAGO BERNABEU
CÉSAR GONZÁLEZ-RUANO
Santiago Bernabeu, presidente del Real Madrid, el hombre a quien nuestra ciudad debe esa obra tremenda y magnifica del Estadio de Chamartin, es uno de los hombres más sencillos y a la mano que me he echado a la cara. Apenas le telefoneé diciéndole de lo que se trataba, Bernabeu me contestó:
- ¿Dónde está usted ahora?
Al decirle que en el Gijón, me preguntó que si podía venir para tomarse un café conmigo. Eran las doce de la mañana. Bernabeu vino con su equipo de amigos incondicionales: el abogado Eduardo Solano y Antonio Amorós, ese hombre entusiasta del Madrid que ha mandado hacer insignias en brillantes y que moviliza media Valencia a cada partido que puede ser interesante.
La figura de Santiago Bernabeu es demasiado popular para creerme en la obligación de hacer un previo retrato físico. Bernabeu es hombre grande y fuerte, pesado y raramente ágil, con cara cazurra, entre bondadosa e irónica, nariz acaballada, pero muy corta, y ojos vivos, que siempre parece que van a preguntar algo. Los periódicos y las revistas han divulgado su efigie estos días más que nunca al dar la gozosa noticia de que el Estadio puede recibir ya nada menos que ciento veinticinco mil espectadores, lo que, independientemente de lo que significa en el mundo deportivo, supone mucho en otros mundos más amplios, y es hoy una de las más seguras y orgullosas conquistas del fabuloso urbanismo de la Villa.
Mi conversación con Bernabeu, que se inicia en una mesa de la terraza del Gijón, es difícil, principalmente por dos causas iniciales: porque creo ser el español que menos entiende de deporte, y porque Santiago es un hombre nervioso, que salta de una cosa a otra y no se deja meter en un orden ortodoxo.
- Usted se dio cuenta de lo que era Di Stéfano. Usted se daba cuenta de cómo olía a futbolista. Le miró lo primero los pies. Así como al cazador hay que mirarle la escopeta, al futbolista se le conoce por cómo se pone las botas. Yo le vi a Belmonte jugar los primeros partidos de billar que jugó en la vida. Olía a torero. Era torero jugando al billar. El iba con una gorrilla y un pañuelo al cuello
- Bueno, Bernabeu: ¿Dónde empieza usted a jugar?
- En el colegio de El Escorial. No pensaba en ello para nada. Soñaba con ser un día abogado y comprarme un bastón con puño de plata y un traje oscuro. Aunque hiciese mucho calor y mucho polvo en el camino, había que volver así al pueblo.
- ¿Qué pueblo?
- Almansa. Había que volver con un traje oscuro y un bastón con puño de plata. ¿Sabe Usted? Pero, claro, no estaba escrito. ¿Cómo me iba a gustar a mi la Ley Hipotecaria? ¿A usted le llegó a gustar la Ley Hipotecaria? En realidad he jugado desde que he nacido. La primera banda la gané en el Escorial metiendo un gol de los que llamábamos “de vizcaíno”. Entonces se regalaban bandas. Aquella la dibujó Sancha.
- ¿Qué edad tenía usted?
- Hace justo cincuenta años. De modo que tenía nueve. El primer partido al que asistí fue uno al que me llevó mi padre, a los ocho años. Era en el antiguo Hipódromo. Jugaban unos portugueses y había un pelirrojo colosal.
- ¿Qué jugadores admiraba usted entonces?
- ¡Hombre, no sé bien…! La primera foto de un jugador que recorté fue la de Boada, el extremo derecha de Irún. Cuando me retrataban tenía siempre presente la postura de Boada y procuraba imitarle.
- ¿Su primer partido?
- A los quince años, en la pradera del Corregidor, contra un equipo de la colonia inglesa.
- ¿Ya era usted del Madrid?
- Sí; del Madrid Fútbol Club.
Ambiente deportivo de tiempos lejanos. Recuerdos. Casi la prehistoria del deporte español.
- Mire usted, el caciquismo imperaba en las sociedades deportivas. A mi me dijeron: “O juegas de portero o no juegas de nada.” Yo no quería jugar de portero. Generalmente, entonces se ponía de portero el más tonto. No tenía nada que hacer y se aburría de lo lindo, mientras los demás corrían.
Eduardo Solano y Amorós vuelen la conversación hacia el Estadio. Hacia lo que es y lo que será todavía. Bernabeu dice:
- Ciento veinticinco mil personas asándose es mucho asunto. Esa fuerza hay que aplicarla en algo. El otro día se produjo un estrechamiento entre Valencia y Madrid que no había ocurrido nunca y al que hay que dar toda la importancia social que tiene.
- ¿Qué personas podían asistir, más o menos, el año 12 al solar aquel de O´Donnell, donde por primera vez se cobró la entrada?
- ¡Que se yo! Quizá seiscientas. El público corría conforme corrían los futbolistas, y nos llamaban ladrones porque se pretendía cobrar la entrada a dos reales.
- ¿Qué socios tendría entonces el Madrid?
- No llegarían a setenta.
- ¿Y ahora?
- Cerca de cincuenta mil.
Animado por Solano y Amorós, Bernabeu me ofrece que vayamos al Estadio de Chamartin. Hace un calor insoportable, y yo le propongo tímidamente dejarlo para otra ocasión, pero la vehemencia de Santiago Bernabeu es tal que no se puede dilatar mucho estas cosas. Quedamos citados nuevamente para esta tarde a las seis.
Afortunadamente Dios se apiadó de mi sentido del deber profesional y poco antes envió sobre el asfalto madrileño una tormenta que refrescó algo la tarde. Hacía mucho tiempo que yo no había estado en el Estadio, la única vez que fui a conocerlo. No sé si será más impresionante abarrotado de público, pero así, desierto, tiene una grandeza que yo no calculaba. Bernabeu, ágil e incansable, me pegó una paliza física de hora y pico escalando las gradas, viendo el campo desde todos los puntos de vista posibles, visitando el gimnasio y las distintas instalaciones del campo. Pero a pesar de mi escasa afición a dar un solo paso, yo le iba estando secretamente agradecido porque aquello me interesaba, cosa que no hubiera calculado nunca. Un viento caliente barría sobre las gradas algunos papeles abandonados. Parecían los papeles en que hubieran envuelto unas hipotéticas tortillas Nerón y sus amigos la tarde antes.
Seguí hablando con Bernabeu. Su historia de jugador me la resumió en pocas palabras.
- ¿Cuanto tiempo jugó Usted?
- Dieciséis temporadas. En 1912 debuto en Madrid. Dos años después me incorporo al primer equipo, del que soy su capitán hasta 1926. Entonces, en 1927 tuvo lugar la excursión americana. Cuatro meses a jugar dieciséis partidos. Iba como delegado y entrenador. Ganamos nueve. Cuatro empates y tres perdidos. Salimos un 13 de junio y volvimos el 6 de octubre. Después, ocho años directivo. Hasta el verano de 1935, y ahora, once años de presidente. Aquel viaje americano creo que es lo más importante que he hecho. Marcó el paso de lo “amateur” a lo profesional. Viaje de prestigio deportivo decisivo.
- ¿Qué jugadores llevaba?
- Prats, Moncho Triana, Félix Quesada, Urquizu…
Resulta que Santiago Bernabeu es un gran aficionado a los toros, cosa mucho menos rara de lo que la gente supone en un espíritu deportista. Aunque me duele hacer un tipo de pregunta tan poco fina como ésta, la hago en honor a lo que exige su contestación.
- ¿Qué es más interesante, los toros o el fútbol?
- Creo que son perfectamente compatibles. Es como el helado, que está hecho para el verano, y el café caliente, para el invierno. Los toros quieren calor. Nosotros necesitamos frío. El fútbol esta prohibido en julio y en agosto.
Le explico a Bernabeu cómo casi todos los futbolistas que he conocido tienen como característica principal de su carácter la timidez. El asiente:
- René Petit era una ursulina.
- ¿Y por qué esta timidez?
- Porque creo que el jugador no ha sido, en realidad, estudiado ni justipreciado. La vida íntima del jugador no es conocida. Al escritor y al torero le horroriza que les midan por el dinero. Al jugador sólo se le mide por el dinero. A mi me da pena que se les acorrale y que se les cree un verdadero complejo de inferioridad a fuerza de hablarles sólo del dinero que ganan.
- ¿La condición efímera de su carrera puede también influir en esto?
- Si, señor. Y el miedo a pasar antes que exista la decadencia física. El torero, cuando le empieza a abandonar el público, se cree que está mejor que nunca. En el fútbol, el público se cansa de sus grandes figuras antes que éstas empiecen a fallar. Al futbolista le ocurre lo que a algunas mujeres demasiado importantes. Se oye decir: “Fulanita está ya muy vieja…” Y no, no está vieja; es que se han cansado de verla.
- ¿El fútbol es espectáculo o no lo es?
- El ideal es que no lo sea. Que interese por si, por la salud, como solidaridad, pero para eso sería necesaria la estatificación, cuyos peligros no necesito subrayar.
En medio del campo, el campo verde, cuidado como un tapiz, en medio de aquella soledad enorme y augusta, le pregunto a Bernabeu cuál ha sido el principal nervio del éxito del Estadio.
- El nervio del Estadio ha sido, simplemente, un éxito de confianza. No nos hemos guardado el dinero. El público ha visto que aquí está ahora, en realidad, su dinero.
- ¿Cómo va usted a canalizar esa confianza?
- Nos encontramos con muchas papeletas difíciles de resolver. La primera de todas, un espectáculo cada quince días de ciento veinticinco mil personas reunidas. ¿Seremos capaces de controlarlo? El público está demostrando que el español es capaz de reunirse y que no pase nada, que todo discurra dentro de una perfecta armonía. Pero la masa es enorme. Fíjese que los toros habían llegado a reunir veinticuatro mil espectadores. Tengo, sin embargo, la seguridad de que todo lo lograremos. Y con esa voluntad vamos.
Saliendo ya del Estadio le pregunto a Bernabeu sobre el porvenir del fútbol español. Es éste un momento culminante, desde el cual puede pensarse en una decadencia futura.
- El porvenir del fútbol es grandísimo. Ahora estamos pasando un bache serio por la deficiente alimentación que había tenido la juventud. Ese bache se está superando.
Al pasar por el gimnasio, Santiago Bernabeu me explica el ambicioso plan ya iniciado de sus instalaciones deportivas para todos los deportes más útiles de la juventud. El habla del “atletismo suave”
Ya a punto de recoger el coche, le pregunto aún a qué atribuye él el que casi todas las figuras, con raras excepciones, del fútbol actual salgan de la clase media para abajo y no de la alta burguesía, como ocurría cuando Bernabeu y yo éramos jóvenes. El se lo explica por el deslumbramiento de los millones. Porque el fútbol profesional es una tentación sin límites para las familias, como lo ha sido también el toreo.
Y con este motivo volvemos a hablar de ese tema tan importante y tan poco estudiado, tan melancólico, tan sutil, como es el complejo de timidez del futbolista.
P.D. La entrevista tambien la ha picado Ana, para todos Nini, mi mujer. Bernabeu en el libro se escribe sin tilde. O sea que no tiene nada que ver con que yo ahora en Nueva York estoy volcando el post en un ordenador sin tildes...
Escrito por Matallanas | 9:29 a. m. | Enlace permanente