Los días amanecen marrón y feo para Maradona (Por José Manuel García)
el butacón del garci XXIII
Por José Manuel García
Nos encontramos en plena digestión de imágenes del hospital Güemes, de médicos de bata blanca aguijoneados de micrófonos nerviosos que por docenas claman y reclaman noticias de Diego Armando Maradona. Por desgracia, mi amigo el astro vuelve a ser presa de jeringuillas, tubos, gasas y tranquilizantes, kilos de tranquilizantes. El 10, cuyo corazón sigue empeñado en colocarse delante de un pelotón de fusilamiento, sortea dos morlacos a la vez: una hepatitis aguda y el mono de la ansiedad por engullir una gotita de alcohol. O muchas.
Diego Armando, un crack de pies a cabeza, se encuentra otra vez bailando en el alambre y bajo sus pies el abismo sediento le pide a voces un salto.
Un día que a mí me parece un siglo, Diego me confesó: "José, cada día se me descubre con colores vivos y otros con colores de oscuro, negros o marrón feo. Esos días me quiero morir, José, pero de repente me acuerdo de las nenas y se me va el bajoneo. Pero son duros esos días..."
Diego lleva tiempo en ésas. Cuando tiene por delante un proyecto que le deslumbre, los días de colores suelen visitar a mi amigo. Esos días, la cabeza de Diego es un hervidero de proyectos, que flotan y engarzan a ritmo frenético, bien con Boca Juniors o con la selección Argentina, sus dos amores indestructibles. Dos amores que ahora se le distancian dolorosamente. Entre medias, la televisión y el cine, los partidos de futbito, las interminables giras recaudatorias por el globo terráqueo, manantial de dólares que el 10 necesita para alimentar la gigantesca troupe de familiares y amigos que viven a su costa.
Pero ahora los proyectos se le secaron en sus venas, Boca Juniors se le despega de sus carnes, la Selección lo mira desde otra azotea, sus hijas caminan solas y el amor se le deshace de las manos. Hace ya tiempo que los días se le ennegrecen a Diego por mucho cohíbas que fume y cientos de fieles que le veneren. La gente ha de saber que mi amigo es un pobre muchacho que quiere aspirar aire, que sigue buscando libertad con el legítimo derecho de conocerla, verla de frente.
Mientras, el circo sigue su curso de luces e hipocresía. Velas, miles de firmas y rogatorias, decenas de cámaras y micrófonos, todos conviven en la planta baja de un hospital de lujo, entre una avenida bonaerense que digiere todo menos indiferencia. Arriba, en su cuarto, la soledad más espantosa aprieta el cuello de mi amigo. Hoy, el amanecer le ha regalado otro día amarronado. El médico le ha mirado los ojos. La hepatitis ya es menos aguda, confirma. Dalmita le ha plantado un beso. Los sueños caminan sin cadenas en los sueños de Diego. Pero el sol le sale oscuro a Maradona. Como su libertad, que sigue viajando lejos con los faros apagados.
Escrito por Matallanas | 4:04 p. m. | Enlace permanente