El atajo, el retraso y los tres tenores
crónicas africanas
Siempre se dice de vacile, especialmente entre los periodistas que no viajan, aquello de "la dura vida del enviado especial". Se dice con sorna, como si el periodista desplazado a realizar su trabajo viviera como un marajá. Desde luego que viajar es una de las cosas más bonitas de esta profesión, aunque también hay excelentes periodistas que no han salido de la redacción, el punto del periodismo es ir a la calle a por la noticia y si es viajando, conociendo mundos y culturas, pues mucho más interesante y apasionante. Llevamos aquí cinco días y aún no nos hemos percatado, salvo detalles obvios, de que estamos en Africa. Te metes a saco en el trabajo, que no es matador, pero si te absorbe las 24 horas del día (prefiero la radio al periódico de enviado especial, lo digo ya, aunque yo con la radio tampoco disfrutaba a tope porque escribía para varios sitios y esto de juntar letras te quita más tiempo que el micro).
Cubrir un gran evento es como una gran excursión de fin de curso, mejor dicho, es como unos campamentos de verano con actividades obligadas, porque todos tenemos que mandar nuestros textos, nuestros sonidos, nuestras fotos o nuestras imágenes. Y, en general, es algo sensacional y fabuloso. Experimentas algún cambio de humor más de los que habituas cuando estás currando en la nave nodriza. Pasas de la euforia al pesimismo más crudo y oscuro en cuestión de minutos porque no te sale un reportaje o porque estás tieso de temas. Pero hay risas, muchas risas porque el autocar, el avión, el entrenamiento, la cena, la sala de prensa se convierte en una especie de Club de la Comedia y hay compañeros siempre con mucha chispa (me acuerdo en mis primeros viajes con La Roja como me reía con Iñaki Cano). Ahora el más chisposo es Pablito García, mi ex compañero de Marca y mi amigo (el del pelo a lo afro que veréis por las fotos de abajo).
Y después de esta perorata de introducción (¡soy un charlas! Será porque los 40 acechan), quería contaros, a vuela pluma, lo que vino a ser el desplazamiento de ayer de Potchefstrom a Durban. Una miniodisea, accidentada, claro, porque nada es fácil aunque todo es más sencillo.
La cosa es que salimos a las 15:30 de 'Potch' y llegamos a las 23:00 al hotel de Durban. ¡Y eso que fuimos en avión! Resulta que la suerte no nos acompaña con los conductores de los autocares. Nos perdimos para llegar al aeropuerto de Lanseira, al sur de Johannesburgo, y empleamos tres horitas en un trayecto de menos de dos. ¡Y eso que cada autocar llevaba un coche guía! Pero los del coche también se perdieron al buscar un atajo para evitar un accidente que había provocado uno de esos tremendos atascos que hay por estos lares (lo de la M-40 en hora punta es una broma). Pero al final llegamos al aeropuerto. Y ahí no acabaron nuestras desdichas. Resulta que en ese aeropuerto de juguete alguien se empeñó en revisar nuestros pasaportes. Algo lógico y normal, aunque en Europa las acreditaciones de Mundiales y Eurocopas te sirven como pasaportes, porque estos ya están cotejados por la organización. Pero el procedimiento fue desesperante, nos cogían uno a uno los pasaportes, comprobaban que estábamos en una lista y nos los devolvían. Cuando lo más sencillo, de ser necesaria esa comprobación, es que la hubieran hecho dejándonos pasar el control de metales acto seguido. Pues no. Los de seguridad decían que había sido el piloto, otras fuentes decían que era la policía. El caso es que perdimos más de una horita y cuando estábamos en el avión, la Selección, que se había entrenado a las cuatro a puerta cerrada y salía desde el aeropuerto de 'Potch (es más grande mi Aeródromo de Cuatro Vientos) ya había aterrizado en Durban.
En la espera retraté a tres vacas sagradas del oficio (Ortego, Segurola y Gómez) que habían desplegado sus ordenadores para escribir. Al verlos allí (Roberto abrió el ordenador para la foto, mientras alguna lengua viperina aseguraba que le dio tiempo a encontrar la 'ñ' con tanta espera), me acordé de mi primer gran evento que cubrí: la Eurocopa de Holanda y Bélgica en 2000. Entonces Ortego estaba en Abc, Segurola, en El País y Roberto Gómez, en la Cope. Yo la cubrí para Marca. Una década después, Ortego, Segurola y Roberto Gómez (ya se les llama por aquí 'los tres tenores') han venido de enviados especiales de Marca. ¡Lo que cambia la vida en diez años! Las vueltas que da todo. Félix está por aquí acreditado por El Confidencial. Y yo por As, de compañero de Joaquín Maroto que vino a aquella Euro2000 como hombre de prensa del candidato Florentino Pérez (Maroto aparece en la primera foto de la galería con su hermano Iván, productor de Telemadrid, y Roberto Morales, en el medio, de la agencia EFE, que se empeñó en hacerse una foto con Los Marotos en la cena del domingo). Pues eso, hoy aquí, mañana donde. ¡Los tres tenores en el Marca! ¿Quién se lo iba a imaginar aquel junio de 2000, que estaba recién casado y que tuve que aplazar la Luna de Miel (¡grandiosa Nini! (ver boda) para empezar a sufrir y gozar in situ con Mi Querida España?
El vuelo fue normalito, con Pablito cantando a Los Chunguitos, Roberto Gómez dando vivas en su tono, con sus gracias de hace años, cuando las hacía ya más graciosas Iñaki Cano, y con sus batallitas de cuanto Lama era su becario en la Ser, que le contaba a Laura Martínez, jefa de deportes de Radio Barcelona. Al llegar al aeropuerto de Durban aún hubo otro retraso porque los operarios no se sabían la clave de la puerta para salir del finger. Ya daba igual esperar un rato más, como tuvimos que hacerlo con dos compañeros técnicos en la última escala del largo viaje, otra vez en autocar, que la amenizó la guía Marta, contándonos quien fue Shaka Zulú, natural de Durban conocido como el Napoleón negro, y las 18 clases de pingüinos que existen (no sabía nada de los de Madagascar, los colegas de Alex, el león, Marti, Gloria y Melman, amigos a su vez de mi Marito). Fuera de guasa, la preparación de la guía es notable y nos dio una clase magistral de pingüinos y de la historia de Durban, de cuando llegó la mayor población de India jamás desplazada en condiciones de semiesclavitud y la irrupción de Ghandi en Sudáfrica en una de su primera acción pacifista para defender los derechos de estos indios, cuyos descendientes trabajan ahora en el hotel que estamos alojados.
Cuando llegamos al hotel de Durban, enfrente de la playita, a todos se nos había olvidado que por la mañana había habido un desayuno de trabajo con Hierro (por cierto, en Neustif no lo hizo). Maroto y yo mandamos las páginas que nos quedaban y bajamos a cenar. Allí estaban todos los compañeros comentados las mejores jugadas del retrasado viaje. Hubieramos tardado menos en autocar. Pero da igual, ya estamos en Durban y España debuta mañana en su Mundial. ¡Casi ná!
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Escrito por Matallanas | 9:19 a. m. | Enlace permanente