En el corazón de Anfield
De cómo se vive un partido del Liverpool en las gradas y en las entrañas de su mitológico estadio
Llegar a Anfield emociona. Aproximarse a un templo del fútbol, posiblemente el estadio en donde más sentimiento pone una afición en sus cánticos (sin querer hacer odiosas comparaciones con los maravillosas aficiones de otros clubes en Argentina, España, Italia…) de todo el planeta fútbol, emociona. Escuchar el ‘You’ll never walk alone’ cantado por las miles de garganta de The Kop, que contagian todo el estadio y que siguen los acordes de la canción original de Gerry & the Pacemakers, emociona. Es una experiencia obligatoria para cualquier amante del balompié. Pero emociona mucho más en un día especial, como fue el martes, en el que el You’ll never walk alone sonó después del himno del Everton, que es como si en el Bernabéu suena antes el himno del Atlético que el de “las mocitas madrileñas” o si en Heliópolis suena antes el himno del Sevilla FC que el del Betis. Y es que el asesinato de Rhis Jones, un niño de once años, en Liverpool ha unido a los dos aficiones. El pequeño Rhis era seguidor del Everton, pero el Liverpool pegó un tremendo homenaje a sus familia en los prolegómenos del choque ante el Toulouse. Impactante y grandioso que el fútbol se una, que los rivales más enconados se acerquen y se abracen y se den cariño, como ha pasado entre sevillistas y béticos por el fatal e injusto (“temprano madrugó la madrugada”) destino de Antonio Puerta.
Allí estaba yo, emocionado, muy emocionado, en Anfield, por primera vez, para ver un partido. Ya estuve, de enviado especial de la Cope, en la semifinal de la Champions de 2005, cuando el gol fantasma de Luis García que dio al Liverpool el pase para la milagrosa final de Estambul ante el Milan. Pero en aquella ocasión hubo un malentendido burocrático y no pudimos (Begoña Pérez, corresponsal de Cope en Inglaterra, y yo) pasar a cubrir, ni a ver el partido, y lo seguimos por televisión desde una sala habilitada para los periodistas. Aquella experiencia fue angustiosa (solo nos dejaron salir cuando quedaba un minuto de partido y asomar la cabeza brevemente) y el pasado martes me resarcí viviendo y viendo el primer partido de los muchos que espero ver en Anfield en los próximos años.
Acudí con motivo de una entrevista concertada con Fernando Torres para El Tirachinas de la Cope para la noche del miércoles. Rafa Benítez hizo rotaciones y Torres no jugó ni un minuto, como tampoco lo hizo Xabi Alonso ni otros cuantos titulares. Tenía ganas de ver a Torres ante una afición que ya le idolatra y no por haber sido el fichaje más caro de la historia del Liverpool. A Torres le queda todo por hacer con la roja del Liverpool, pero el golazo que marcó al Chelsea en su debut en Anfield le ha dado un empujón en su ascenso paulatino al altar de glorias del Liverpool. Pero la no presencia de Fernando no fue óbice para gozar como un crío chico con el ambientazo. El Toulouse no fue rival para un Liverpool que pasó por encima del conjunto francés. Pero vivir el espectáculo que se vive en la gradas colma de tal manera que sales con la sensación de haber visto el mejor fútbol del mundo sobre el césped (y el Liverpool desplegó un buen juego, por cierto, aunque el equipo francés no estuvo a la altura de ser un equipo de Champions). Acudí con mi amigo Jesús Marín, que está obligado a volver, porque viajó para ver a Torres y se quedó con las ganas. Aunque también la gozó con el ambientazo único de Anfield. A nuestra llegada nos esperaban dos amigos que ya saben lo que es el ambientazo que se vive en el estadio del Liverpool: Olalla, novia de Torres, y Antonio Sanz, director de comunicación de Bahía Internacional y colaborador de este blog. Con ellos estaban José y Flori, padres de Fernando, y su hermana Mari Paz, en su primera visita a Liverpool y que acudían también a ver su primer partido en Anfield y el primer partido en directo de su Niño. Sabían que contaba con todas las papeletas de no jugar ni un minuto por las sagradas rotaciones de Benítez (¡ya le verán el próximo sábado!). Pero también disfrutaron de lo lindo con el ambientazo de Anfield.
Liberado por unas horas de mi piel de periodista, aguanté las embestidas de mi vocación durante más de una hora y observé, como un aficionado amigo de Torres que tiene el privilegio de entrar en la sala de familiares de los jugadores, esa sala con un rincón lleno de juguetes de niños, que sirve de guardería para los hijos de los futbolistas mientras sus papás están jugando. Saludé a los familiares de otros españoles que conocía, me fijé en como de ceñido le queda a Gerrard el vaquero por los muslos (como a la mayoría de los futbolistas), me llamó la atención que los holandeses se dan tres besos al saludarse, al menos lo hizo Babel con sus familiares, comenté con Xabi Alonso lo bien que está ‘Corazón helado’, señalando el ejemplar de la novela de Almudena Grandes que llevaba bajo el brazo el donostiarra cuando llegó del vestuario. Ahí estaba tan tranquilo resistiéndome a darle un tiento a los sándwiches cuando y, después de darme un fuerte abrazo con el grande de Pepe Reina, apareció Torres, cariñoso: “¡Hombre Shrek!”, me espetó de saludo recordando el mote que me ha puesto su ídolo Francisco Narváez.
Y cuando tomábamos el camino del parking de jugadores, Antonio Sanz me volvió a picar: “Gordo, esto para el blog”. Estábamos en las entrañas de Anfield, pasábamos frente a la puerta del mitológico vestuario local y encaramos la salida al campo por un estrecho túnel cuyas escaleras presidía un cártel que reza “This is Anfield”. Y Pepe Reina me animó: “Aquí hay que hacerse una fotito, Mata”. Y tiramos de móvil para inmortalizarnos por grupos, en uno con Anto de fotógrafo, y en otro con Jesús tirando de la cámara del móvil, y en cuyo retrato se nos unió Kuyt, el bigoleador de la noche. En el césped cayeron otras dos fotos. La de Anto con Jesús y la mía, obligada en cualquier lugar del globo terráqueo, homenajeando al arquero Kiko (un arquero que, a buen seguro, cuando menos nos lo esperemos, recreará de nuevo Fernando Torres en ese mismo césped, como hizo en el Mundial de Alemania, en recuerdo del ídolo jerezano). En esta ocasión mi enésimo arquerito fue con la mítica grada The Kop de fondo, vacía, pero aún retumbando, eternamente, el You’ll never walk alone...
Escrito por Matallanas | 2:11 a. m. | Enlace permanente