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domingo, enero 11, 2009

Una cena envenenada (Por Antonio Sanz)

el rincón de judas. artículo publicado en público


Por Antonio Sanz

Me quito la careta por segunda vez. No me gusta Maradona. Lo admiré, y mucho, como futbolista, pero no me gusta el icono que lo transporta. Me alegro de su recuperación personal, pero no creo en la populista figura que recientemente Grondona ha creado del ‘10’ seleccionador. Considero que transita entre la ignorancia del cargo y la arrogancia del pasado. No es conocer el escenario, que no hay duda, es saber transmitir. Y por más que me cuentan, sólo aciertan a decirme que ha exigido sentir la ‘albiceleste’ y liberar tensiones. Vamos, todo un curso de ponderación futbolística. Eso sí, nadie se atreve a contradecir al ‘dios’. ¿Quién osaría a tal herejía? No hace tanto, un argentino mediático, internacional por la nación, me simplificó el ‘efecto Maradona’. “A Diego hay que tenerlo en el póster. Si lo bajas de ahí, se acabó”. Así, cuánto más me acercan al ídolo, más barro me nubla la mente.

A todo esto, en ocurrencia electoral, Laporta se convierte a la religión de Maradona y en el Camp Nou lava su imagen con un inesperado peloteo hacia quien ha desterrado el azul y el grana durante los últimos 25 años. Pero no es el único. En el Bernabéu sacuden la misma alfombra para alucinar con quién coqueteó, pero nunca ligó. Y viene lo del Manzanares. Le hacen la goma desde que se enteraron de la relación formal entre su figura y la hija del astro. Por eso, el pasado 14 de septiembre, en esta misma columna, lancé una pregunta al espacio. Se la recuerdo: ¿Por qué incomoda tanto en el Calderón que Maradona acompañe tan frecuentemente a su joven estrella? Pues bien, pasaron de flagelarse con la noticia a pelotear al personaje. Es más, le buscaron trabajo a la niña del líder en la empresa de moda que viste al equipo -no me parece ingrato-. Todo para que el ‘Kun’ ponga buena cara. Pero claro, al final, cuando das tantos caramelos, el estómago se llena y provoca indigestión. La misma que planeó en la previa del Atleti-Barça de Copa. Mientras Aguirre le manda al banquillo, Maradona le invita a cenar. Y quedan a quinientos metros de su residencia común: en el ‘De María’ de Majadahonda. Se reúne un grupo de internacionales argentinos que comparten ensalada y pollo con admiración y armonía. La cena está tan mal programada como escasa importancia le dan los asistentes a la eliminatoria copera. Comenzando por el seleccionador. Quien ha consagrado el fútbol debe respetar las leyes. Si se otorga confianza para no concentrarse, él no es quién para romper los códigos. Pero volvemos al principio, ¿quién transige la opinión del ‘dios’? Ningún atrevido osa experimentar. Ante tal consecuencia, sobreviene una fiebre de 39 grados. Es creíble para un deportista. No sé si es tan asumible la confusión: el ‘ídolo’ filtra a su gente que Agüero padece de pubis, mientras la web rojiblanca anuncia en la matinal una inoportuna faringitis del pequeño ‘10’. A todo esto, la guardia pretoriana de la entidad había argumentado que la suplencia estaba motivada por una sobrecarga. Claro, no advertían los amigos del club que la figura cenaría cerca de la medianoche fuera de casa. Les falló… Maradona. De todos modos, no era necesaria tal exhibición de Messi. Sabemos que es muy bueno, pero no sabíamos que quería demostrar al palco que es algo más que un buen chupón.

Escrito por Matallanas | 2:25 p. m. | Enlace permanente

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