La primera vez...
crónica de un aterrizaje en la cabina del avión
Lo había pensado alguna vez, pero no sabía si alguna vez llegaría el momento. Había visto a gente hacerlo y siempre pensaba que debía estar bien y que alguna vez lo probaría. Ayer surgió. Sin prepararlo. Fue de repente como surgen muchas cosas gratificantes en la vida, de forma inesperada. Fue la primera vez. Fue una experiencia que habrá que repetir. Y ahí me vi, viendo el aterrizaje en Barajas en la cabina del avión que nos traía de Manchester. En un vuelo regular es algo impensable, a no ser que seas colega del comandante o del piloto. En un chárter es algo más habitual. Algunos futbolistas, como Helguera, son habituales en la cabina. Dicen que cuando te da miedo volar (no es mi caso) en la cabina se sobrelleva mejor. Y comprobé que es cierto. Te da seguridad ver como el comandante y el piloto conducen la aeronave sin hacer ‘nada’. Es una sensación extraña, pero tranquilizadora, ver a los dos fulanos, que te están llevando en un pedazo pájaro de hierro, darse la vuelta y hablar contigo mientras vas a diez mil metros de altura.
Llevan un tocho de mapas encuadernados, en un cuaderno parecido a esos de las colecciones por fascículos, en cuyas hojas están todos los datos que se van a encontrar en el vuelo. Puede haber modificaciones porque que se cambian cada 28 días. Pero en los monitores de esa cabina llena de lucecitas y botones te actualizan los cambios si los ha habido. Cuando se inicia el descenso, ya cogen los mandos mientras buscan el hueco para entrar entre las tormentas y el hielo y evitar las turbulencias.
El privilegio de volar y hacer el aterrizaje en cabina lo tuve porque Jesús Paredes, ayudante de Luis, me llevó allí. El comandante Alejandro Enríquez Herrera y el piloto Iñigo Pérez Arregui son dos tipos majísimos. Lo explicaban todo fácil, sencillo. El cinturón de los dos asientos auxiliares que ocupábamos los dos huéspedes ocasionales es mucho más complicado de poner que el de los pasajeros. Y mi asiento, con tecnología francesa, se iba para la derecha y se cerraba en cuanto te inclinabas para adelante a mirar las lucecitas y seguir las indicaciones del comandante Enríquez...
Según íbamos descendiendo (se nota mucho menos que cuando vas de pasajero atrás) no se veía nada. Sólo cuando estábamos a unos 700 metros de la pista se empezó a ver algo. Abajo, pequeñita, se adivinaba la pista de aterrizaje con una cruz de luces que se iba agrandando según nos aproximamos. El comandante Enríquez y el piloto Pérez posaron la máquina mansamente, como cae un avión de papel al suelo después de hacer un tirabuzón. Moló mucho. Estuvo bien la experiencia.
Atrás quedaban tres días en Manchester, el escaso glamour de los pupitres de prensa del ‘Teatro de los sueños’ donde los periodistas curramos hacinados, sin espacio (Chema Abad narró para Radio Nacional encima de la maleta de su técnico, Miguelito hacía de inalámbrico sentado en mitad de la escalera, los compañeros de prensa escribían en sus ordenadores como cuando no puedes echar para atrás el asiento para conducir y no puedes ni girar el volante. Y por si había poco sitio, el técnico de Punto Radio montó una pedazo antena para colocar el micrófono de ambiente que casi quitaba la visión a Pérez Sala. Pero el Pipi estaba bien colocadito con su inalámbrico...) Atrás quedaba la persecución de los periodistas ingleses a Luis Aragonés en la rueda de Prensa previa al partido, en cuya batería de preguntas recordando el capítulo de Henry estaban acusando a todos los españoles de racistas. Atrás de ese primer aterrizaje en cabina quedaba el golazo de Iniesta, el buen partido de Capdevila, Albelda y Pablo, la victoria ante la Inglaterra de los Neville y el espárrago Crouch.
Y al llegar a Madrid, después de que nos dejaran en la terminal satélite (ante la extrañeza del comandante) y coger el trenecito, al salir por la sala 10 de llegadas de la T-4, te recibe una foto de los jugadores del Atlético de Madrid de espaldas anunciando la marca Kyocera. Y otra de Torres grande en la puerta automática... En el taxi, por la M-40, con un taxista que no pregunta nada ni quiere conversación, sigues recordando el aterrizaje y unas preguntas que por más física que estudies y por más que viajes en avión nunca llegas a comprender. Esas cuestiones que siempre están ahí: ¿cómo es posible que esos cacho de aparatos vuelen? ¿Cómo es posible que despeguen, se mantengan y luego aterricen con cientos de personas en su interior? Pues lo hacen, oye. Y en la cabina mola mucho más sentirlo...
Escrito por Matallanas | 10:48 p. m. | Enlace permanente