La diferencia también está en el banquillo (Por Alfredo Duro)
¿os suena?
Por Alfredo Duro
Decía Javier Aguirre, ese entrenador que cada día que pasa demuestra que entrenar al Atlético de Madrid está al alcance de cualquiera, que el empate habría sido el resultado más justo. A estas horas de la mañana, después de repasar las imágenes del partido y comprobar la sucesión de circunstancias que evitaron la goleada del Real Madrid, ya no tengo dudas sobre las limitaciones de Aguirre. En su momento, cuando el juego y los resultados demostraron que la mano del entrenador estaba en cualquier sitio menos en el campo, el mejicano se aprovechó de la pobre y escasa calidad de la plantilla para justificar su más que probada responsabilidad en el invisible crecimiento del equipo. Primero el Kun, luego Forlán. Después el Kun y un poco más tarde Forlán. Ese es el verdadero sello de Aguirre en este equipo, exactamente el mismo sello que desde su estoico y resignado abono le habría impuesto el socio número 66.666 mientras le pregunta a su vecino de asiento a qué diablos pretende jugar el tal Aguirre. Pones al Kun, le juntas con Forlán y mientras tanto te montas un numerito más o menos ensayado con determinados apoyos mediáticos para que la cosa se vaya aguantando. Claro que sólo se aguanta mientras resisten los dos fenómenos que te han traído a cambio de los casi cincuenta millones de euros que costó la pareja.
Esa gestión, de la que pueden presumir unos cuantos responsables y ex responsables del club pero no Aguirre, se antoja insuficiente y poco fiable, más que nada porque unos cuantos hemos caído en el tremendo error de pensar que al Atlético de Madrid le colocaba en el escalón superior en el que ni está ni se le espera. Entre otras cosas porque su entrenador, Javier Aguirre, no ha sido capaz después de un más que largo tránsito, de insinuar un mínimo estilo de juego. No sabemos nada de eso que, pasado un tiempo, se entiende en fútbol como modelo. Por no saber, no estamos en condiciones ni tan siquiera de discutir sobre la propuesta de juego del entrenador. ¿Qué diablos propone? ¿A qué coño quiere jugar?
Durante un tiempo, pensé que todas las decisiones que se toman desde la pizarra del entrenador estaban justificadas. Táctica y psicológicamente, el entrenador dispone de una información que jugadores, periodistas y aficionados no pueden ni sospechar. Es su indiscutible competencia y la razón de ser de su importancia e influencia en el juego. En el caso de Aguirre, cuando todavía están recientes las enormes heridas que para su credibilidad dejaron las calamidades del seis uno de Barcelona, resulta evidente que no está en condiciones de imponer el mínimo de concentración y exigencia mental que determinados partidos representan. Te meten tres goles en ocho minutos con la misma facilidad que el Real Madrid llega al Calderón y se pone ganando al minuto de juego. Y Aguirre mirando. Y poniendo gente ingobernable en el medio campo. Acumulando decisiones que ponen en entredicho su autoridad sobre el grupo. Cambiando de portero por la misma razón que se cambia de corbata. Manteniendo a Perea porque le dá la gana. Dejando que Heitinga y Ujfalusi vayan a su bola porque hemos dicho que son muy buenos aunque el entrenador no tenga claro cómo deben defender. Tan poco claro como jugar con un pivote defensivo (madre mía éste Assunçao), con dos o con cuatro. Menos claro incluso que el convencimiento sobre el asunto éste de jugar con bandas o con una banda.
Estuvo bien Aguirre cuando gestionó la llegada de Agüero a un fútbol diferente y novedoso como el nuestro. Evitando que los hábitos poco recomendables que se le detectaron rápidamente al jugador le dieran carta libre para ser titular. Fue una manera de imponer autoridad y respeto ante el grupo. Al igual que supo imponerla al apartar del equipo a Maniche, ejerciendo la confianza que el colectivo deposita en el entrenador para solucionar los problemas de convivencia en el vestuario. Pero no hay más. Ahí se acaba el sello Aguirre. Limitado y a todas luces insuficiente. Lejos de lo que se atisbaba en otros proyectos que le precedieron y que, a diferencia de lo que ocurre con el mejicano, no gozaron de ninguna complicidad periodística. Sí claro, es evidente que hablo de Gregorio Manzano.
Después de aquello pasan individuos como Ferrando, Bianchi y Aguirre, y pasa lo que pasa. Y no acaba resultando especialmente complicado sacar conclusiones cuando, al mismo tiempo, echas un vistazo alrededor y te das cuenta que por ahí andan Rijkaard, Guardiola, Capello y Schuster. Entrenadores de verdad, que demuestran que las diferencias están en el presupuesto, los jugadores y, por supuesto, en el banquillo.
Duro ¿os suena?
Escrito por Matallanas | 5:56 p. m. | Enlace permanente