Hay un cartel en la entrada del museo del Liverpool FC que reza algo así como: “las victorias pasan, la gloria permanece”. Eso es lo que me vino a la cabeza cuando servidor estaba sumido en un debate cibernético de esos tan habituales en los últimos tiempos y que se enmarcan en la presunta guerra civil entre colchoneros “anclados en el pasado” y colchoneros “anclados en la realidad”. Me vino a la cabeza porque yo estoy de acuerdo con esa frase y porque creo que es precisamente ahí donde hay que recurrir para entender este estéril debate, a la gloria eterna, a la tradición, al corazón, a la historia y no a las victorias puntuales o los objetivos miopes que cambian cada fin de semana.
No sé si a todo el mundo le pasará lo mismo que a mí pero lo que hace que uno adore el fútbol no es ver un resumen televisivo manipulado ni un resultado a favor en un frío panel un lunes por la mañana. Lo que me gusta de este deporte es ir al campo, respirar el ambiente, sentirme parte de algo aún a miles de km de distancia, ver jugar bien a una cosa tan divertida de ver cuando se juega bien, pasar nervios en una remontada, gritar los goles y abrazarme a un tipo que no conozco, ganar trofeos y celebrarlos… Me gustan las cosas que respiran fútbol por los cuatro costados y no estoy hablando de panfletos pseudo-deportivos o chicos guapos que anuncian colonia. Me gustan las pequeñas historias del fútbol que conozco como el ramo de flores en la esquina del Calderón o el busto de Pantic, pero también las que me cuenta mi madre de cuando mi abuelo le llevaba a ver los entrenamientos del Metropolitano. Me gusta el que los colores de Boca Juniors sean esos gracias a que entró un barco de bandera sueca (y no otro) en el puerto de Buenos Aires el día que se creó el club o que el Crystal Palace tenga su origen en los trabajadores que intentaban construir un “palacio de cristal” en el Londres del siglo XIX.
Soy consciente de que el mundo del fútbol ha cambiado y que ahora fundamentalmente es un negocio que mueve miles de millones de euros pero igualmente estoy convencido de que el fútbol, al menos el fútbol europeo, no tiene sentido sin esa vena romántica que lo soporta y que alimenta ese amor incondicional a unos colores que muchas veces no lo merecen o un espectáculo que muchas veces no lo es. No creo que el suculento modelo NBA (por el que apuestan medios de comunicación, empresarios y dirigentes) funcione con este deporte y con la mentalidad europea pero probablemente sea porque yo soy un romántico ingenuo y en el fondo esté equivocado. De lo que no me cabe la menor duda sin embargo es que el futuro éxito o fracaso de un club tan particular como el Atlético de Madrid estará basado sin duda en cómo se adapte a este nuevo hostil escenario y en donde ponga sus cimientos.
Hace poco Benítez cumplía un record histórico en las filas del Liverpool liderando el número de encuentros internacionales dirigidos al Liverpool por encima incluso del mítico Bill Shankly. Benítez, un tipo extranjero que no ha vivido la historia del Liverpool en primera persona, se ha convertido en un referente para todos los reds, antiguos y modernos, románticos y pragmáticos. Un tipo que ha cambiado el día a día de la institución, ha transformado la forma de trabajo en la ciudad deportiva y la forma de actuar del club en la faceta deportiva, que ha traído una legión de “Spaniards” y que habla inglés con acento “latino” es adorado por los más fieles de entre los más fieles a los colores del Liverpool. Algún frío entendedor deducirá rápido que eso se debe a los títulos conseguidos pero basta escuchar a las viejas y nueva glorias de este equipo para comprobar que no es así. Lo que de verdad valoran y hace que Benítez sea algo más que su entrenador es que se esforzase por entender y realmente entendiese la institución antes de imponer nada. Así lo destaca el propio Shankly, Ian Rush o el mismo capitán Carragher. Avanzar sin tocar la esencia.
El Liverpool no es propiedad de los socios sino de una pareja de cuestionados empresarios norteamericanos pero hoy es considerado un equipo moderno en todo el mundo, envidiado en muchos aspectos y declarado como un ejemplo a seguir. Hasta el propio Fernando Torres lo comparaba con nuestro club y no nos dejaba muy bien parados precisamente. Pues bien, en el estadio de ese equipo que hoy conocen en cualquier rincón de la geografía existe una habitación centenaria que se llama “la habitación de las botas” donde desde tiempos inmemoriales los preparadores toman el té y donde el entrenador local invita al visitante a hablar unos minutos de fútbol después de los partidos. Benítez sigue haciendo lo mismo a día de hoy y sólo el ínclito de Mourinho se ha negado a pasar por allí. Yo recuerdo que durante años y años el entrenador local del atleti se sentaba fuera de la caseta en un banco cutre que había al lado y a la vista de todos. No sé la razón pero era tradición. No me acuerdo tampoco con qué entrenador nuevo ocurrió pero la grada le recriminó que no se sentase allí. ¿Quién se acuerda hoy de esas cosas?. El túnel de salida de los jugadores al césped de Anfield es estrecho y con el techo bajo. Ninguna de las remodelaciones ha modificado eso. En ese techo, justo antes de tener que agacharse para salir, se puede leer aquello de “This is Anfield” para que todos, locales y visitantes, recuerden dónde y para quién están jugando.
Para mí eso es fútbol y no lo que sale en los telediarios pero lo digo con el dolor del aficionado de un equipo en el que ni siquiera los jugadores de mi equipo son capaces de saludar a la grada en su propio estadio cuando acaba el partido (salvo en ocasiones puntuales no ocurre desde que se fue Torres) dato que por otro lado tampoco parece importarle demasiado a la propia grada. Esto no es Anfield (ni falta que hace) pero hace años Luis Aragonés le dijo al cuarto árbitro que se apartase porque estaba pisando el escudo del atlético de Madrid pintado en el césped. De ahí es de donde salen las fuerzas para pasar frío en la grada. Liverpool escucha en silencio cada vez que Shankly abre la boca. Luis Aragonés está pasándolo mal en el barrio sufí de Estambul sin tan siquiera haber sido reconocido por su club, como Dios manda, después de hacer a la selección española campeona de Europa.
El día que Benítez aterrizó en Liverpool estaba ya leyendo la biografía del entrenador más mítico de los reds, Bill Shankly, para empaparse de esa institución. Cuando terminó el libro se lo pasó a su mujer y le dijo “toma, para que sepas dónde estamos”. ¿Alguien en su sano juicio puede creerse que alguno de los numerosos mercenarios que hoy pueblan el Atlético de Madrid se planteó alguna vez hacer algo parecido? ¿Sabrá Pitarch o Aguirre por qué el Frente canta una letra futbolera con el himno de la legión o por qué hay un ramo de flores todos los domingos en el córner? ¿Sabrá algún jugador quién es Gárate o Dirceu o de dónde viene el “San Benito” de “pupas”? ¿Sabrá alguno de estos lo que es el “contrataque” de Luis o dónde estaba el Metropolitano?.
Una de las peleas de Benítez en tierras inglesas es la cantera y lo poco que puede trabajar con ella al estar sujeto a una ancestral ley del propio Liverpool que obliga a no poder fichar a ningún jugador de menos de 16 años que viva a más de una hora de la ciudad inglesa. Un problema para el fútbol moderno sin duda pero el Liverpool lo tiene claro: The Academy, su ciudad deportiva, no se toca. En la entrada de tan mítico sitio reza la leyenda “Técnica, actitud, velocidad y equilibrio” que alguien decidió definiría a la institución y su forma de presentarse en el césped. Así fue el Liverpool, así es y así será. Nuestra cantera ni siquiera tiene un espacio ni mítico ni propio y está en manos de Amorrortu y Pitarch dos tipos que hasta hace dos años no sabían ni dónde estaba el colegio Amorós. ¿Qué debería poner en la entrada de nuestra ciudad deportiva? ¿”Miedo, patadones y objetivos” o “Seremos cuartos si Dios quiere”?
Alguien ha definido la labor de renovación de Liverpool como mirar al futuro sin tocar lo sagrado y creo que aplica perfectamente al Atlético de Madrid… pero al contrario. En nuestro club parece que mirar al futuro es sinónimo de renegar, ocultar, menospreciar o directamente ignorar el pasado. El respeto por la institución en todos los estamentos es nulo y todos desde el presidente a los jugadores, pasando por directores deportivos y entrenadores, viven de espaldas a la tradición, la historia, el honor y los pequeños detalles que hicieron a este magnífico club lo que es. Todo lo que huele a pasado tiene olor a naftalina y parece que nunca existió o que pertenece a un estatus imposible de retomar como para tomárselo en serio.
Los aficionados al Liverpool tienen miedo de que con el traslado a su nuevo estadio se pierda la tradición y el espíritu en la grada, la mítica The Kop, que para ellos es la base de todo lo que viene después. Noble pero insignificante preocupación si se compara con la triste situación de nuestra institución que lo está perdiendo (o ha perdido) todo eso bastante antes incluso de mudarse.