La cantera y el destino
recuerdos de un aprendiz de futbolista
Miles de chavales, con sus padres y hermanos apoyándoles en cada entrenamiento y en cada partido, sueñan con ser futbolistas. Sólo llegan unos pocos elegidos y la mayoría de ellos se lo merecen. En las dos últimas décadas la fiebre por ser Raúl o Torres se ha instalado en todas las familias que cuentan con cachorros con condiciones de ser futbolistas. Hay muchas historias de chicos que podían haber llegado a la élite. Alguno no ha llegado a ser ni adulto.
Sólo me gusta recordar mi etapa de aprendiz de futbolista de manera fugaz, en destellos de aquella alegría, de aquella presión, de aquel orgullo de jugar en el Atleti. Todo son luces, pero hay alguna sombra, alguna noche que nunca amanecerá, que quizás nubla y pone en segundo plano todos esos felices recuerdos.
Me agrada haber estado en un vestuario juvenil porque funciona de una manera similar a la de un vestuario profesional y en mi trabajo de periodista deportivo me ha servido esa convivencia para saber tratar a los jugadores y detectar claves de esos vestuarios (sea el de los galácticos de Florentino, el del United de Ferguson, el del Atleti del Doblete en proceso de destrucción o la siempre volcánica caseta de mi querida España). Puntualmente, y cuando surge, recuerdo aquella etapa magnífica en la que soñaba con ser futbolista. Mi padre me ha mandado esta foto del Atlético Madrileño Juvenil (como ‘juvenil M’ se conocía en Cotorruelo) y mirando las caras de mis compañeros y la mía (estoy serio, muy serio y con pelito) he evocado aquella época.
Yo estaba en COU. No había elegido aún el periodismo (empecé Empresariales). Reaparecía ese día después de casi tres meses de recuperación de una operación del testículo izquierdo (un hidrocele formado por una patada, un golpe bajo, recibido defendiendo la rojiblanca en el campo de San Cristobal) unida a los primeros síntomas de una osteopatía de pubis de la que me operé un año después de retirado del sueño de ser futbolita. No recordaba el rival, pero cuando le mandé la foto por móvil a Ricardo, el mejor portero de España (para mí y no es pasión de amigo) me contestó al instante: “3-1, con el Levante”.
De este once, tan sólo Ricardo (Atlético, Valladolid, Manchester United, Racing de Santander y Osasuna) y Vellisca (Salamanca, Zaragoza, Almería), jugaron en Primera división. Oscar (compañero antes en el Puerta Bonita) iba muy bien, pero se rompió la tibia en el Madrileño y luego hizo su carrera por la Segunda B. Juanma Alamillos era de los mejores laterales juveniles, llegó a ir con el primer equipo convocado y creo que debutó (recuerdo una eliminatoria de la Recopa ante el Hearts escocés en la que estuvo en el banquillo), y luego estuvo en el Getafe (creo que ahora es el capitán del Ceuta). Burgos era nuestro Michel: grandes centros, pero un esguince reiterado en un tobillo le frenó la progresión. José Eugenio, el Rubio, era ideal para jugar al contragolpe. Compañero mío en el cole (Colegio Público Cid Campeador), en el Aviación, en el Puerta y en el Atleti, tampoco tuvo el recorrido soñado. Carlos también vino del Puerta Bonita y era un nueve peleón y con gol. Ayala era el mejor futbolista: técnicamente perfecto, con visión de juego genial, un todocampista. ¿Por qué no llegó? Porque hay muchos factores que influyen en conseguir la meta, porque con 17 años aún no estamos maduros y nos podemos equivocar al elegir. Pizarro era fortísimo: Angel Castillo estaba convencido de que ese atleta de color iba a ser futbolista, pero tampoco llegó.
Y Manolo (de pie, el segundo por la izquierda) no llegó ni a ser adulto. Como muchos canteranos, se tuvo que ir cedido. Dejar el Atlético era un bajonazo y muchos dejamos el fútbol después de vivir las comodidades de la cantera de un equipo grande. Manolo se marchó cedido. Tenía su vida perfectamente enfocada en el estudio, porque era muy buen estudiante. Una lesión muscular prolongada le tenía a mal traer. Cayó en una depresión y decidió dimitir de la vida. Aquella muerte de Manolo nos impactó mucho. Ricardo y yo, siempre en permanente contacto todos estos años, tratábamos de explicar lo inexplicable. Nunca alcanzas una conclusión rotunda, mucho menos sabiendo que el autor de ‘Palabras para Julia’ también se suicidó. Quizás Manolo (un buen medio centro, en Cotorruelo le llamaban cariñosamente el 'Chepa') se vio futbolista y luego vio que no lo iba a ser y se hundió. Quizás el fútbol tuvo nada que ver y fue el destino.
Atlético Madrileño Juvenil. Temporada 88/89
De pie, de izquierda a derecha: Galán (delegado, luego entrenador), Manolo, Ricardo, Burgos, Javi (Matallanas), Oscar.
Agachados, de izquierda a derecha: Pizarro, Carlos, Ayala, 'Rubio', Juanma y Vellisca
Escrito por Matallanas | 5:07 a. m. | Enlace permanente