La falla valenciana de Quique
¿os suena?
Por Alfredo Duro
Olor a carne quemada, que dirían los míticos Gabinete Caligari. Eso es lo que desprendía desde hace mucho tiempo la relación entre Quique Sánchez Flores y el Valencia. Ni club ni entrenador han dado nunca la sensación de poder controlar esa costumbre tan valenciana de prender fuego alrededor del equipo, y como es lógico, la falla ha acabado ardiendo por completo, con Quique como último ninot.
Si de algo puede presumir el Valencia es de haber alcanzado en todo el territorio nacional un reconocimiento unánime a su capacidad para garantizar la reproducción, tanto natural como artificial de todos los problemas imaginables en el fútbol. No debe resultar sencillo entrar en la enfermiza obsesión que esa junta directiva ha sido capaz de instalar a su alrededor para convencerse de que, a pesar de sus evidentes carencias, su plantilla está en condiciones de aspirar a ganarlo todo. Han transformado su legítima aspiración a competir con los mejores, en un extraño y absurdo complejo de superioridad que les lleva a tomar decisiones de tinte cuartelero y, nunca mejor dicho, absolutamente trasnochado.
La octava Copa de Europa ganada por el Real Madrid en París hace ahora siete años, representó una lección de serena humildad que el Valencia se ha negado sistemáticamente a aceptar. Determinados círculos del valencianismo, periodismo incluído, han querido hacer de aquella derrota una especie de estúpida cruzada que sólo ha servido para magnificar la rivalidad con lo que ellos denominan gente de la meseta. Quisieron pasar por encima de la historia y la propia historia les señaló con toda crudeza la sala de espera. Aunque no quiera admitirse, el Valencia está para ganar más partidos que títulos, y Quique lo sabía. Esa sincera rebelión ha desencadenado la reacción más aniquiladora que en los últimos tiempos ha visto el fútbol español. En Valencia se suceden los presidentes y los consejeros casi en la misma proporción que entrenadores y directores deportivos. Caen los directores generales y los responsables de comunicación igual que fallas de cartón.
El curioso presidente del Valencia, que pagó a precio de oro las acciones que le eran necesarias para alcanzar el poder, ha conseguido que España entera se descojone de la risa al enterarse del ridículo sainete que, con nocturnidad y alevosía, fue capaz de imaginar para prescindir de su cuerpo técnico. Rodeado de alcahuetes y sumisos empleados, ha transformado un problema futbolístico en un confuso y embarullado apretón de vientre que, como no podía ser de otra forma, lo único que ha conseguido es poner todo perdido de mierda.
Duro ¿os suena?
Escrito por Matallanas | 8:57 p. m. | Enlace permanente